Camino de Santiago, etapa séptima: de Logroño a Nájera


La cama en este albergue es confortable, y la estancia en Logroño te ha resultado grata, pero tienes que continuar. Tiempo tendrás más adelante -piensas- de volver a visitar la ciudad con más calma.

Has subestimado la dificultad de encontrar el camino de vuelta. Y no es para menos, piensas, pues en seguida encuentras un indicador. El problema es que llevas una hora andando por la ciudad y aquel fue el último indicador que encontraste.

Llevas un buen rato bordeando Logroño, ahora estás en una urbanización de nueva construcción junto al campo. No ves ningún indicador del camino, así como tampoco ningún peregrino. Ni siquiera se ven vecinos; parece un barrio residencial fantasma.

Por fin, a lo lejos, ves a una señora mayor que ha salido a pasear. Le preguntas cómo llegar al camino, y los primero que te indica es que «—Estás muy perdido»; no sabe exactamente cómo llegar al camino, pero sí al embalse de la Grajera, por donde pasa el camino.

El problema es el tiempo que has pedido, son ya casi las 10 de la mañana. Una jubilada que encuentras de camino, a la que aprovechas para preguntar si vas por el camino correcto, tiene el descaro de contestarte: «—Hay que madrugar más para hacer el camino». Te entran ganas de partirle el cuello como a una gallina, pero eres una persona educada, así que no lo haces; en su lugar, te alejas de la tentación dándole las gracias por la información pedida.

Fotografía del embalse de la Grajera en Logroño
Embalse de la Grajera, Logroño
No ibas desencaminado, pues siguiendo un camino campo a través puedes llegar a la laguna y ver, por fin, las indicaciones del camino. La mañana se levanta calurosa y la visión del agua siempre es refrescante. Alrededor de la laguna hay un paseo, donde la gente acude desde Logroño para pasear, ir en bicicleta o llevar a los niños en carricoche. Te cercioras antes de atravesar el perímetro mas corto y sigues adelante. A la salida, un par de hermanas alemanas, bastante oriondas, te preguntan por el camino. Consultas la guía que llevas contigo y convienes que debe ser el que discurre entre una bajada de árboles. Por allí continuas mientras ellas se quedan descansando un rato más. No será la última vez que las veas; por su tamaño y aspecto, te llaman la atención. No sabes su nombre, así que de ahora en adelante, para ti serán "las Valkirias".

Distingues Navarrete desde la lejanía, por su urbanismo peculiar, construido apiñado a un cerro, prácticamente circular. A la entrada, las ruinas del antiguo hospital de peregrinos de la Orden de San Juan te recuerda que transitas por una vía milenaria.

Fotografía con las ruinas del hospital de San Juan
Ruinas del Hospital de San Juan, Navarrete

Es casi mediodía y la próxima parada queda lejos. Comes algo y reemprendes la marcha. A la salida, aprovechando un pequeño terraplén lleno de rocas, multitud de peregrinos antes que tu han dejado su señal, para indicarte que vas por el camino correcto. Es costumbre de la gente que hace senderismo marcar las rutas, cuando no hay posibilidad de pintar una señal, por montones de rocas apiladas de tal forma que no parezcan apiladas al azar.
Fotografía de unas rocas apiladas al margen del camino
Rocas apiladas señalando el camino



Ya es más de mediodía, el sol aprieta y te quedan más de 12 kms para llegar a Nájera pero caminas a gusto. Apenas ves más peregrinos en este tramo del camino que se te hace agradable. Pronto estás llegando a Nájera. Al pasar junto a la tapia de la harinera, una sopresa:

Fotografía al poema del camino, entrando a Nájera
Poema del camino, entrada de Nájera


Polvo, barro, sol y lluvia
es Camino de Santiago.
Millares de peregrinos
y más de un millar de años.

Peregrino, ¿Quién te llama?
¿qué fuerza oculta te atrae?
Ni el campo de las estrellas,
ni las grandes catedrales.

No es la brava Navarra,
ni el vino de los riojanos,
ni los mariscos gallegos, 
ni los campos castellanos.

Peregrino, ¿Quién te llama?
¿qué fuerza oculta te atrae?
N i las gentes del camino,
ni las costumbres rurales.

No es la historia y la cultura
ni el gallo de La Calzada
ni el palacio de Gaudí
ni el castillo de Ponferrada.

Todo lo veo al pasar
y es un gozo verlo todo, 
más la voz que a mi me llama
la siento mucho más hondo.

La fuerza que a mi me empuja,
la fuerza que a mi me atrae
no sé explicarla ni yo.
¡Sólo el de Arriba lo sabe!

E.G.B.

El poema ha sido escrito por Eugenio Garabay Baños, párroco de Nájera, y te identificas bastante con lo que dice. No representa la visión bucólica del camino que tanto pregonan quienens nunca lo han pisado, sino una visión realista. Sobre todo, te identificas con el último párrafo, pues ahí vas a parar una y otra vez, a diario, cuando te preguntas «—¿Qué se te ha perdido aquí»; aunque, a veces, a la pregunta «—¿Por qué estás aquí?» re respondas diciéndote a ti mismo: «—Porque eres idiota».

Encuentras aposento en el albergue, y empiezas la tarde visitando el Monasterio de Santa María la Real de Nájera. Como guía, una señora mayor (te parece que ha cumplido con creces los 65 años) os explica a un grupo de peregrinos y tursitas, con gran sentido del humor, el rico significada de las tallas del coro, así como la historia del monasterio. También explica con cierto orgullo que en el monasterio se conservan documentos en castellano datados a pocos años de las Glosas Emilianenses de San Miguel de la Cogolla.

A la salida, ves los preparavios que tienen lugar en la plaza. Deben ser fiestas, y están preparando un escenario. En una terraza de la plaza te sientas con otros peregrinos a tomar algo. Una chica sentada a tu lado te cuenta que la mejor forma de aprender un idioma, es que te lo explique un niño nativo de corta edad; afirma que un amigo suyo consiguió aprender así el alemán, en la playa. Funcione o no, piensas, el método es barato.

Está cayendo el sol y te retiras al albergue para cenar. La jornada de hoy también ha sido dura, sobre todo por los pasos perdidos al inicio del día. Mañana toca una etapa algo más corta, hasta Santo Domingo de la Calzada. Devuelves el despertador a su hora habitual e intentas conciliar el sueño pensando en las leyendas que envuelven la historia del santo constructor.


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