Camino de Santiago, etapa cuarta: de Puente la Reina a Estella


Has pasado una semana en casa, y ya puedes responderte: "no, no me apetece en absoluto volver al camino". Sin embargo, no quieres dejar las cosas a medias y decides volver para terminar lo que empezaste. Ahora ya sabes objetivamente que no te va a gustar el camino; que no vas a disfrutarlo y que la única alegría que te va a proporcionar será la perspectiva de terminar. Pero aquí estás, otra vez en Puente la Reina, en el albergue de los padres reparadores, pagando tu inscripción a la recepcionista, que te recuerda y te da ánimos para volver al camino.

Tal como ocurrió hace una semana, el despertador suena puntual a las 5 y media de la mañana. Somnoliento, vuelves a la vida pero a ti te parece estar entrando en una pesadilla. Los nervios no te han dejado descansar y has pasado insomne la mayor parte de la noche. Recuerdas intervalos de sueño e intervalos de vela a partes iguales. Varias veces te has despertado sobresaltado en medio de la noche temiendo haberte quedado dormido sin oír el despertador, y ahora que lo acabas de oir, desearías seguir durmiendo.

Recoges tus cosas sin hacer ruido y bajas a la planta baja, donde sentado en una mesa del comedor comes algo de tus provisiones. Estás sólo, parece que aún no se ha levantado nadie, y eso te calma. Los instantes que en el camino puedas sentirte absolutamente solo, serán para ti como un bálsamo reparador. Si no para tu cuerpo, al menos sí para tu mente.

La calle mayor está desierta, sólo se oyen los pasos de tu bordón repicando contra el suelo. ¡Toc! paso, paso, ¡toc! paso paso.... Cruzas el puente y esta vez giras a la izquierda, en vez de subir la colina, y pasas junto a unos caserones compactos, separados de la población.

La etapa de hoy está jalonada por bastantes pueblos. Es temprano, te encuentras en un enclave de piedra, y dudas sobre en cuál de ellos estás. Es demasiado temprano como para que haya gente en las calles de un pueblo tan pequeño. Estas en lo que podría ser la plaza mayor; porticada y empedrada, parece el corazón de una pequeña villa medieval. Ves a una mujer caminando por la calle "¿A dónde irá a estas horas?". te preguntas. Te acercas y le preguntas cómo se llama el pueblo. Mirándote con cara de aspid, responde huraña: "Cizurqui", y agradeciéndole el detalle continuas raudo tu camino, buscando la salida que da al camino, pues no te agrada la cercanía de esa anciana con cara de bruja.

Atravesando un acueducto te encuentras con el famoso "río salado", un río de aguas insalubres por el alto contenido en sal y otros minerales. Cuenta el Codex Calistinus que los lugareños instaban a los viajeros y peregrinos a abrevar sus caballos en las aguas del río, para así poder atacarles y robarles una vez hubiesen muerto sus caballos. El recuerdo de la anciana de Cirauqui, así como de otros navarros que has conocido al norte de Pamplona, te hace la leyenda muy plausible.

El resto del camino, hasta Estella, por planicies entre campos de cultivo de cereal. Es un paisaje familiar y te reconforta, pues estás tan cansado como en tu primer día y los ánimos están por los suelos. Al menos la idea de estar cerca (será una etapa corta de 19 kms, según la guía) y poder comer algo te reconforta.

A la entrada a Estella te recibe la iglesia del Santo Sepulcro, un templo románico con rasgos templarios. Junto a la iglesia, discurre la calle mayor que se adentra en la población, siguiendo el margen del río.


Fotografía a la iglesia de Santo Sepulcro entrando en Estella
Iglesia del Santo Sepulcro, Estella

El albergue está en esta misma calle. Llegas temprano, así que no tienes problema de alojamiento, aunque ya hay bastantes peregrinos en la entrada. Dejas la mochila y te alejas de la calle principal para acercarte al río. Te encuentras muy fatigado, ¡y ha sido una etapa corta! La fatiga mental es mayor; tanto, que por momentos te arrepientes de no haber bebido el agua del río salado. Das por hecho que así no llegarás nunca a Santiago, pero tal vez puedas aguantar un día más, y para eso tienes que comer algo.

Fotografía al puente de Estella
Puente Picudo, Estella


Cruzas el puente y entras en el primer supermercado que encuentras. Allí, unos italianos con aspecto de peregrino están comprando, nombrando en italiano a la par que señalando con el dedo los productos del mostrador que se les antojan. Así aprendes que "salami", se pronuncia "salami" en italiano, pero de forma musical; información que carece de toda utilidad. A la salida, la iglesia de San Miguel impresiona por estar situada sobre la roca de un alto.

Contrapicado a la iglesia de San Miguel en Estella
Iglesia de San Miguel, Estella

Son las fiestas de Estella o están a punto de comenzar; el ambiente en las calles es festivo. Cerca de la estación en una zona amplia fuera del casco antiguo, llena de terrazas es donde ves más gente. Te sorprende ver una bandera del PNV. Al contrario de lo que has visto al norte de Pamplona, la portadora de dicha bandera es una chica mona; ni siquiera parece que sus padres sean parientes. Debe venir de fuera. ¡Cómo ha ido degenerando el carlismo!

La iglesia de San Pedro está también en un alto, pero en la misma vera del río que el albergue, siguiendo la calle curtidores. El suelo, como en otras iglesias navarras, es de madera.

De vuelta al albergue (ya está oscureciendo), ves que borrachos y fiesteros van tomando las calles. Un grupo de éstos se dedica a saludar a todos los peregrinos con un ingenioso «—¡¡Peregrino!». Respondes, al saludo y te hablas con ellos. Desconcertados al principio porque alguien les salude, se muestran curiosos sobre tu peregrinación a Santiago. A uno de ellos, lo que más le preocupa es saber si se liga en el camino. Tu escepticismo no le desalienta y deja ver unas intenciones más nobles de lo que cabría esperar por su aspecto y condición etílica:
—Un amigo mío se echó novia haciendo el camino— balbucea —y era una tía con cabeza... sí, una tía con cabeza, ¡eso es lo que puedes encontrar en el camino!— sentenció.
Se despiden de ti y te desean suerte. Al final te han caído mejor de lo que esperabas.

Llegas al albergue y estás cansado, tanto física como mentalmente, pero tardarás en dormirte; unos ronquidos cercanos tendrán la culpa. Sin embargo, albergas la secreta esperanza de que, tal como ocurrió en tu primera etapa, el sueño reparador obre el milagro con tu fatigado cuerpo.

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