Camino de Santiago, etapa quinta: de Estella a Los Arcos


No se produce ningún milagro. Te despiertas -si cabe- más cansado que ayer. No es sólo la fatifa física, también es la fatiga mental: crees que no podrás seguir así y, en consecuencia, nunca llegarás a Santiago.

No te cuesta mucho trabajo, ya que llevas un buen rato despierto. Los nervios y la desagradable sensación de no saber qué estás haciendo aquí, en medio de este albergue, no te han dejado descansar. Tanto, que te despiertas un poco antes de la hora prevista; pero ahora, con el despertador sonando, te levantas como un autómata para continuar.

Al pasar por el ayuntamiento, todavía son visibles los restos que ha dejó hace exactamente una semana la explosión de una bomba casera de poca potencia. Posiblemente puesta por alguno de los bárbaros que con la ikurriña al hombro menudean sus excursiones por tierras Navarras, jaleados por lo peor de cada pueblo.

El camino hasta el famoso monasterio de Irache se te hace llevadero, pues todo transcurre por calzada urbana. No en vano, el casco urbano de Estella está unido con el de Ayergui. El monasterio es conocido por su fuente, accesible a todo aquel que pase junto al camino, de la que mana vino tinto.

Fotografía con dedo a la fuente del vino en Bodegas Irache
Fuente de vino en Bodegas Irache

La fatiga ha cerrado tu estómago, por lo que el vino te sabe extremadamente áspero. Estás tan cansado que sientes ganas de llorar de impotencia y decides no continuar. Te tumbas un poco apartado del camino, en la hierba de un campo. Miras al cielo azul plomo en el que la luz aún no despunta y, poco a poco, dejas de notar las punzadas de las piedras del camino.

Oyes de repente una voz:
—¿Estás bien?
—Sí... sólo estoy descansando— respondes en tono malhumorado sin abrir los ojos.

Cuando abres los ojos, un azul claro y brillante te deslumbra. Han pasado varias horas, y el sueño reparador ha hecho efecto más en tu mente que en tu cuerpo, dolorido, el cual sólo puede empezar a andar renqueante. Vuelves a parar junto a la fuente, para tomar un segundo trago de vino y llenar la cantimplora. Te sigue sabiendo agrio y áspero, pero tal vez aligere tus pasos.

A pesar de madrugar, has perdido mucho tiempo, pero no te importa. Poco a poco, te vas encontrando mejor y más habituado a caminar. Cuando llegas a la Fuente del Moro, a los pies de la loma que corona el Castillo de Deyo, es casi mediodía y ya no queda vino en tu cantimplora. Desde la vecina Villamayor de Monjardín hasta Los Arcos, hay 12 km según el plano; más de los que llevas recorridos. Llenas la cantimplora de agua, más agradable al paladar pero no al espíritu, y emprendes este último tramo con ánimo templado.

Fotografía a la fuente del Moro con el castillo de Deyo al fondo
Fuente del Moro con el Castillo de Deyo al fondo

Comes haciendo una parada, pues se te echa la tarde encima. De todas formas, los Arcos es un pueblo pequeño, piensas que no tendrás muchas cosas que hacer por la tarde, y el único problema sería quedarte sin plaza en el albergue; problema relativo, claro, pues siempre puedes dormir al aire libre, lejos de los ronquidos de otros peregrinos.

El resto del camino hasta Los Arcos se te hace corto. Considera cómo estabas al empezar el día y cómo te encuentras ahora; incluso estás más descansado y el caminar se hace liviano por llanuras entre campos de cultivo.Además, encuentras muy pocos peregrinos en tu camino, así que en seguida llegas a Los Arcos sumergido en tu mundo interior.

Los arcos te sorprende: es un pueblo pequeño, sí, pero su iglesia es de grandes proporciones. Su ubicación, tras una verde y cuidada explanada junto al río Odrón, ofrece una visión perfecta de su torre.
Foto a la iglesia de Los Arcos
Iglesia de Santa María, puente y prado de Los Arcos
Junto a la explanada se encuentra el moderno albergue de peregrinos; estás de suerte, todavía hay plazas. No solo eso: los peregrinos tienen derecho a entrada en las piscinas municipales; allí es donde pasas la tarde, bañándote y charlando con otros peregrinos que has conocido en el camino.

La iglesia se abre para la misa vespertina de 8; es un buen momento para visitarla. Tras el sermón, el párroco saluda afectuosamente a los peregrinos; agradeces el detalle. Después de la misa, hablas con él para que te selle la compostela.

Es allí, en la sacristía, donde tras preguntar por tu motivación a hacer el camino, así como otros detalles de tu vida normal, te espeta de improvisto:
—Oye, ¿tu has pensado en ser sacerdote?
—Yo...— Rápido, ¡reacciona! ¡piensa algo para sortear la pregunta trampa! —Es que mi vocación es formar una familia— respondes, con la confianza de salir airoso.

Si algo has aprendido de los sacerdotes que has conocido en el colegio es que, hablando de vocaciones, se sienten obligados a mantener la ficción de que la vocación al matrimonio es tan sagrada como la vocación al sacerdocio. Sales airoso y, aunque podría parecer que te ha contrariado la pregunta, lo cierto es que lo tomas como una muestra de confianza, que en el fondo agradeces.

Por la noche, a las 9, proyectan una película en un local municipal: "Mortadelo y Filemón". Pero el albergue cierra a las 10, así que sólo puedes ver la primera mitad. Es suficiente; otros peregrinos que estaban viendo la película vuelven contigo.

El dormitorio principal del albergue es una sala amplia con literas alrededor, situadas a una distancia razonable para no sentir agobio. Cuando se apagan las luces, llega un peregrino de última hora. Oyes la ducha y cómo viene a ocupar la litera contigua a la tuya. Te encuentras animado, el día termina mucho mejor de como ha empezado, así que te animas a preguntar de dónde viene. ¡Ni más ni menos que de San Juan Pie de Puerto!, acaba de detminar su primera etapa; es sí, en bicicleta. «Suerte que ha encontrado sitio en el albergue», piensas, antes de quedarte dormido sin darte cuenta

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