Camino de Santiago, etapa trigésima: de Monte del Gozo a Santiago de Compostela


Ni siquiera dejas que suene el despertador; lo apagas antes de darle opción. Antes de las 7 de la mañana habéis recogido todo y podéis devolver la llave de la habitación en recepción. El inmenso comedor del complejo está abierto, así que podéis calentaros con un café con leche antes de bajar a la ciudad.

Recorréis los silenciosos caminos, primero, y las dormidas calles de domingo que en Santiago amanecen sin gente, con los bares y cafeterías cerrados, y una tenue luz que se filtra entre las abundantes nubes que continuamente amenazan lluvia sobre la ciudad. Se dice que toda la lluvia de España entra por Santiago; encuentras verosímil el dicho.

La rúa de San Pedro es como un cordón umbilical que comunica los arrabales de la ciudad con el barrio que rodea a la catedral. Siguiéndola, llegáis hasta la Puerta del Carmen, en el cinturón urbano de lo que antaño debieron ser las murallas urbanas. Anejo, el monumental convento de San Agustín os da la bienvenida.

Fachada convento de San Agustín, Santiago de Compostela
Convento de San Agustín, Santiago de Compostela
Ya todas las calles conducen hasta la catedral, no es necesario vigilar las indicaciones. Desde la Azabachería, encontráis la fachada de la catedral que da a la plaza de la Inmaculada. Buscas la sacristía donde estampar, por fin, el último sello del camino; está cerrada. Tendrás que volver más tarde haciendo cola.

Por suerte, la catedral ya está abierta. El acceso desde la plaza de la Quintana está cerrado por no ser Año Santo, pero podéis entrar desde la plaza de la Inmaculada. Todavía no está abierto el acceso al busto de Santiago para los peregrinos, pero sí puedes cumplir otra parte del ritual: en el parteluz de la entrada principal, desde el exterior, colocas tus dedos en la columna que esculpe el árbol genealógico de Jesús, observando la talla de Santiago coronada por el Pantocrátor del Pórtico de la Gloria. En el lado interior del parteluz encuentras la cabeza del maestro Mateo, escultor del Pórtico, a quien una tradición -probablemente- universitaria atribuye su intercesión a cambio de 2 ó 3 cabezazos. Aunque la tradición se ha desvirtuado tanto que son mayoría quienes dan los cabezazos en la columna exterior, a la vez que posan sus dedos, unificando ambos rituales sin demasiado sentido.

De vuelta a los bancos, pisas una curiosa marca sobre el mármol de la catedral: una rosa de los vientos. Señala el punto exacto donde se situaba antaño la puerta del perdón, orientada al este, hacia la salida del sol. Todavía te queda el abrazo al apóstol, así que tu viaje no ha terminado. Mientras esperas, sentado en el banco, aparece un anciano sacerdote de camino a los confesionarios. Junto con la comunión y la oración por las intenciones del Papa, la confesión es otra de las condiciones para ganar el Jubileo -indulgencia plenaria- tras una peregrinación.

Concluidos los oficios religiosos de primera hora, ya está abierto el acceso al camarín del Apóstol. Antes de llegar al camarín, la cripta con el sepulcro del apóstol Santiago el Mayor. No puedes detenerte todo el tiempo que desearías, pues avanzáis haciendo cola. Aprovechas el último tramo de escalera para revisar tu libreta, donde has ido añadiendo anotaciones conforme las gentes del camino te pedían que intercedieses por ellos al llegar a Santiago. No te olvidas de nadie, están todos en tu cabeza cuando das un abrazo tan fuerte a la estatua que parece moverse de su base. Nadie más se ha percatado; cuando miras al guarda, sólo pone cara de apremio para que la cola vaya avanzando.

Bajas las escaleras como en una nube: ya está, has cumplido. Todo ha terminado; sólo queda el feliz regreso a casa, pero en coche (bueno, un tramo de autobús hasta Azúa). Esta noche estarás de vuelta en tu casa con la satisfacción de haber, por fin, cumplido. Los días en que creíste enfrentarte a una meta imposible, en tus primeras etapas, y te abordaba constantemente la convicción de que acabarías por abandonar parecen lejanos, pero están a pocas semanas de distancia. No fue hasta llegar a León cuando vislumbraste por primera vez la posibilidad de acabar como una certeza y aquí estás.

Vista Fachada Norte catedral de Santiago desde plaza de la Inmaculada
Fachada Norte de la catedral de Santiago, desde la Plaza de la Inmaculada
Sólo te queda por hacer una cosa: acudir a la sacristía a por el último sello, el definitivo. Te atiende la misma chica de ayer, quien ésta vez no tiene reparos en estampar la marca del cabildo catedralicio en el hueco de la primera página de tu acreditación, el que certifica el cumplimiento de la peregrinación. Tras el sello, te hace entrega de la compostela con tu nombre, escrito en latín: Albertum.

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